martes, 6 de mayo de 2014

CUANDO TE SIENTAS CANSADA DE LUCHAR, PIDE EN GRANDE Y VERÁS…


1992. ¡Cuánto lloré aquellos 20 mil pesos perdidos! Doce años ahorrando cinco, diez, quince pesitos. Yo era una madre de cuatro hijos que trabajaba de sirvienta veinticuatro horas al día, siete días a la semana y ganaba 23 pesos mensuales.

Todo comenzó con un engaño.

Subí a ese avión llena de ilusiones a buscar una mejor calidad de vida. Sólo pensaba en mi familia, nunca en mí. De pronto, en el avión, oí el llanto de un niño. Lloraba inconsolable en los brazos de su madre. Con miedo me levanté de mi asiento, pues era la primera vez que subía a un avión. Y suavecito, con mucha humildad, le dije: “Señora, ¿me permite ayudarla?”. Ella rapidito me tendió sus brazos y me dio al niño, que se arrulló conmigo. Tres horas durmieron él y la madre. El niño despertó tranquilo y comenzó a pasar sus manitos por mi cara como si dijera: “Llevas a tu salvador cargado”. Le entregué el niño a la señora, pues el vuelo era con escala. Ella estaba bien agradecida y me dio una tarjeta. Me dijo: “Si regresa a su país, llámeme”. Guardé la tarjeta.

De regreso a mi país a los 29 días con lamento, dolor y tristeza, me decía: “¡A comenzar de nuevo!”. Tres meses habían pasado, entonces vi la tarjeta. Quise saber del niño. Llamé, pero no contestaron. Al rato me devolvieron la llamada. Era una oficina de recursos humanos. Pregunté por el niño y me respondieron: “La llamaremos luego”. A los cinco minutos sonó el teléfono; me dieron una cita para el próximo día a las 7:30 de la mañana. Asistí, bien elegante, pero con mucha humildad que se notaba. Al entrevistarme, mientras la señora buscaba, comentaron: “Treinta y cinco años, seis pies con cinco pulgadas y 120 libras. Tiene conocimiento de armas”. Yo pensé: “¿Será para una película?”. Le dije muy tranquila: “Joven, perdone, yo sólo sé atender niños y no tengo muchos estudios”, por no decirle que nunca había ido a una escuela.

En el tiempo que me tomó llegar a mi casa me habían llamado diez veces. Todas las referencias eran buenas. “Si logra que esa persona trabaje para usted, se salvó. Ella corre todos los roles”. Me llamaron para una nueva cita. Yo me dije a mí misma: “Voy a pensar en grande. Si ellos tienen tantas exigencias, ¡yo también!”.

La experiencia se hizo ley. Y pedí en grande; ante todo un buen seguro médico que me cubriera a mí, mi mamá y mis hijas. Para viajar visto traje sastre y zapatos cómodos. Para trabajar necesito uniforme para cada ocasión, preferiblemente blanco. Los zapatos de enfermera hay que pedirlos a Venezuela. Pantis, brassieres de acuerdo al color del uniforme. Medias de soporte color beige o blancas, cortas y largas. Pijamas de pantalones largos con colores bonitos y decentes. Pañuelos y lazos para el cabello, que combinen con los uniformes. Ajuar completo para la playa, incluyendo sombrero y protector.

Por último y lo más importante: la habitación tiene que ser fresca, limpia y clara, con una cama cómoda.

Para yo comer: debe ser poquito pero bien servido, pues ya venía arrastrando el maltrato que le daban a la sirvienta.

Para el aseo: colonia y desodorante suave al olfato.

Otras cosas: me gusta viajar, las bodas, bautizos, playa, campos; siempre tengo el equipaje hecho. Me gusta viajar en barco, avión, yola. Me gusta compartir, leer y escribir.

El sueldo: de acuerdo a sus exigencias y las mías.

Así fue lo que pedí. “Bueno Jehová, que sea Tu voluntad y no la mía”, oré dentro de mí.

“¡Esa es la mía! ¡Esa es la mía!”, clamaba la señora. “¡Es lo que ando buscando! ¡No puedo perderla, contrátela! ¡Si la pierdo, usted también perderá su trabajo!”.
“Ay, Dios mío; nos hemos exigido tantas cosas”. Pero se nos había olvidado lo más importante: cuál iba a ser mi trabajo. Ni la muchacha de recursos humanos me lo dijo, ni yo se lo pregunté.

El trabajo.

Cuidar ese niño de meses que había tenido en mis brazos, en aquel avión de paso por Panamá. Hijo único de una familia en la que el padre que aspiraba a ser presidente.

Todos mis pedidos fueron concedidos. Siempre digo que fueron esos 20 mil pesos perdidos y Panamá lo que me abrieron las puertas al mundo.

Mi salvador tiene 24 años. Yo espero con amor poder cuidarle a sus hijos.


Firma: Hasta perdiendo se gana



©2014 SABIDURÍA EN LETRAS


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