1992. ¡Cuánto lloré aquellos 20 mil pesos
perdidos! Doce años ahorrando cinco, diez, quince pesitos. Yo era una madre de
cuatro hijos que trabajaba de sirvienta veinticuatro horas al día, siete días a
la semana y ganaba 23 pesos mensuales.
Todo comenzó con un engaño.
Subí a ese avión llena de ilusiones a
buscar una mejor calidad de vida. Sólo pensaba en mi familia, nunca en mí. De
pronto, en el avión, oí el llanto de un niño. Lloraba inconsolable en los
brazos de su madre. Con miedo me levanté de mi asiento, pues era la primera vez
que subía a un avión. Y suavecito, con mucha humildad, le dije: “Señora, ¿me
permite ayudarla?”. Ella rapidito me tendió sus brazos y me dio al niño, que se
arrulló conmigo. Tres horas durmieron él y la madre. El niño despertó tranquilo
y comenzó a pasar sus manitos por mi cara como si dijera: “Llevas a tu salvador
cargado”. Le entregué el niño a la señora, pues el vuelo era con escala. Ella
estaba bien agradecida y me dio una tarjeta. Me dijo: “Si regresa a su país,
llámeme”. Guardé la tarjeta.
De regreso a mi país a los 29 días con
lamento, dolor y tristeza, me decía: “¡A comenzar de nuevo!”. Tres meses habían
pasado, entonces vi la tarjeta. Quise saber del niño. Llamé, pero no
contestaron. Al rato me devolvieron la llamada. Era una oficina de recursos
humanos. Pregunté por el niño y me respondieron: “La llamaremos luego”. A los
cinco minutos sonó el teléfono; me dieron una cita para el próximo día a las
7:30 de la mañana. Asistí, bien elegante, pero con mucha humildad que se
notaba. Al entrevistarme, mientras la señora buscaba, comentaron: “Treinta y
cinco años, seis pies con cinco pulgadas y 120 libras. Tiene conocimiento de
armas”. Yo pensé: “¿Será para una película?”. Le dije muy tranquila: “Joven,
perdone, yo sólo sé atender niños y no tengo muchos estudios”, por no decirle
que nunca había ido a una escuela.
En el tiempo que me tomó llegar a mi casa
me habían llamado diez veces. Todas las referencias eran buenas. “Si logra que
esa persona trabaje para usted, se salvó. Ella corre todos los roles”. Me
llamaron para una nueva cita. Yo me dije a mí misma: “Voy a pensar en grande.
Si ellos tienen tantas exigencias, ¡yo también!”.
La experiencia se hizo ley. Y pedí en
grande; ante todo un buen seguro médico que me cubriera a mí, mi mamá y mis
hijas. Para viajar visto traje sastre y zapatos cómodos. Para trabajar necesito
uniforme para cada ocasión, preferiblemente blanco. Los zapatos de enfermera
hay que pedirlos a Venezuela. Pantis, brassieres
de acuerdo al color del uniforme. Medias de soporte color beige o blancas,
cortas y largas. Pijamas de pantalones largos con colores bonitos y decentes.
Pañuelos y lazos para el cabello, que combinen con los uniformes. Ajuar
completo para la playa, incluyendo sombrero y protector.
Por último y lo más importante: la
habitación tiene que ser fresca, limpia y clara, con una cama cómoda.
Para yo comer: debe ser poquito pero bien
servido, pues ya venía arrastrando el maltrato que le daban a la sirvienta.
Para el aseo: colonia y desodorante suave
al olfato.
Otras cosas: me gusta viajar, las bodas,
bautizos, playa, campos; siempre tengo el equipaje hecho. Me gusta viajar en
barco, avión, yola. Me gusta compartir, leer y escribir.
El sueldo: de acuerdo a sus exigencias y
las mías.
Así fue lo que pedí. “Bueno Jehová, que
sea Tu voluntad y no la mía”, oré dentro de mí.
“¡Esa es la mía! ¡Esa es la mía!”,
clamaba la señora. “¡Es lo que ando buscando! ¡No puedo perderla, contrátela!
¡Si la pierdo, usted también perderá su trabajo!”.
“Ay, Dios mío; nos hemos exigido tantas
cosas”. Pero se nos había olvidado lo más importante: cuál iba a ser mi
trabajo. Ni la muchacha de recursos humanos me lo dijo, ni yo se lo pregunté.
El trabajo.
Cuidar ese niño de meses que había tenido
en mis brazos, en aquel avión de paso por Panamá. Hijo único de una familia en
la que el padre que aspiraba a ser presidente.
Todos mis pedidos fueron concedidos.
Siempre digo que fueron esos 20 mil pesos perdidos y Panamá lo que me abrieron
las puertas al mundo.
Mi salvador tiene 24 años. Yo espero con
amor poder cuidarle a sus hijos.
Firma: Hasta perdiendo se gana
©2014 SABIDURÍA EN LETRAS
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