Es
tal vez haber estado callada por mucho tiempo, rodeada de gentes que al yo
querer entablar una conversación, la convertían en polémica; así que fui al
patio. Allí recordé que antes había trabajado una composta por tres años y de
inmediato comencé a quitar la yerba en un lado de la casa. Mi necesidad de
hacer nuevos amigos que fueran agradecidos me motivaba día tras día a preparar
la tierra, como si construyera casas para mis amigos nuevos. Labré el terreno y
comencé a hacer espacios; sembré mucho. Vegetales, habichuelas y melones,
calabaza. Cada vez que en la casa se formaba un ambiente hostil, yo agilizaba
mis pasos hasta llegar a mi huerto orgánico. Veía cómo reaccionaban las plantas
a todo lo que yo les brindaba. Es irónico, pero el amor que quería darle a mi
esposo, se lo daba a mi huerto. Las tocaba y les hablaba y todos los días ellas
crecían; comía y cocinaba de mi huerto. Entonces se desarrolló el lenguaje del
silencio.
Para
ayudar al ecosistema, sembré todo tipo de flores y así comenzó el maravilloso
ciclo de vida. Las visitas de abejas y mariposas eran gratas para mí, los
zumbidos de los picaflores y diversas aves contribuían para el beneficio de mis
nuevas amigas, las plantas. Yo con mis propias manos puse semillas en la tierra
y fui testigo de su resurgir. Ellas a cambio me daban su agradecimiento
creciendo, dándome ricos frutos y su hermosura. Eran plantas cuidadas con las
manos de una mujer falta de amor y respeto; una mujer que mientras entraba a su
huerto estaba deshecha, triste, abandonada por el ser al cual amaba. Fueron
días difíciles; iba al templo a llorar, no recordaba el mensaje que mi pastora
predicaba, lo único que podía hacer era llorar de impotencia al ver cómo mi
matrimonio se desvanecía frente a mis ojos. Cada día eran mis visitas al huerto
hasta por la noche. Disfrutaba; me aferraba con todo mi ser a los únicos que me
escuchaban y no me rechazaban, ni mucho menos me miraban con odio y desprecio.
Ha
pasado más de un año; ya no vivo en esa casa. Pasó aquello por lo que tanto
lloré: se destruyó mi matrimonio. Y todavía continúo sembrando, y sigue siendo
gratificante recibir el amor de una planta, y sigo escuchándolas en su lenguaje
del silencio.
© DIVINA SIRENA 2018