miércoles, 29 de agosto de 2018

EL LENGUAJE DEL SILENCIO, EL QUE SOLO MIS OÍDOS ESCUCHAN


            Es tal vez haber estado callada por mucho tiempo, rodeada de gentes que al yo querer entablar una conversación, la convertían en polémica; así que fui al patio. Allí recordé que antes había trabajado una composta por tres años y de inmediato comencé a quitar la yerba en un lado de la casa. Mi necesidad de hacer nuevos amigos que fueran agradecidos me motivaba día tras día a preparar la tierra, como si construyera casas para mis amigos nuevos. Labré el terreno y comencé a hacer espacios; sembré mucho. Vegetales, habichuelas y melones, calabaza. Cada vez que en la casa se formaba un ambiente hostil, yo agilizaba mis pasos hasta llegar a mi huerto orgánico. Veía cómo reaccionaban las plantas a todo lo que yo les brindaba. Es irónico, pero el amor que quería darle a mi esposo, se lo daba a mi huerto. Las tocaba y les hablaba y todos los días ellas crecían; comía y cocinaba de mi huerto. Entonces se desarrolló el lenguaje del silencio.
            Para ayudar al ecosistema, sembré todo tipo de flores y así comenzó el maravilloso ciclo de vida. Las visitas de abejas y mariposas eran gratas para mí, los zumbidos de los picaflores y diversas aves contribuían para el beneficio de mis nuevas amigas, las plantas. Yo con mis propias manos puse semillas en la tierra y fui testigo de su resurgir. Ellas a cambio me daban su agradecimiento creciendo, dándome ricos frutos y su hermosura. Eran plantas cuidadas con las manos de una mujer falta de amor y respeto; una mujer que mientras entraba a su huerto estaba deshecha, triste, abandonada por el ser al cual amaba. Fueron días difíciles; iba al templo a llorar, no recordaba el mensaje que mi pastora predicaba, lo único que podía hacer era llorar de impotencia al ver cómo mi matrimonio se desvanecía frente a mis ojos. Cada día eran mis visitas al huerto hasta por la noche. Disfrutaba; me aferraba con todo mi ser a los únicos que me escuchaban y no me rechazaban, ni mucho menos me miraban con odio y desprecio.
            Ha pasado más de un año; ya no vivo en esa casa. Pasó aquello por lo que tanto lloré: se destruyó mi matrimonio. Y todavía continúo sembrando, y sigue siendo gratificante recibir el amor de una planta, y sigo escuchándolas en su lenguaje del silencio.
 
 
© DIVINA SIRENA 2018
 
 

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