Leer estas palabras de la autoría de Sor Juana
Inés De la Cruz, es escuchar la insistente y urgente prédica de mi madre para conmigo
durante mi infancia y adolescencia. Esta era: “Estudia para que no te pase lo
mismo que a mí”. Con el tiempo, lo convertí en mi evangelio personal.
Mi madre es natural de Ponce. Creció en un
barrio cuyos habitantes, como muchos en la década del 40, vivían en extrema
pobreza y sin grandes aspiraciones, excepto sobrevivir y formar una
familia. Mi madre estudió hasta el 5to. grado. Aprendió a leer y a
escribir, contrario a sus abuelos que eran agricultores y costureras en las
casas. Ellos, junto con una tía paterna, fueron quienes la criaron.
Por las mañanas, antes de ir a la escuela, mi
mamá me peinaba y me hacía el mismo rabo de caballo con el que me recogía el
pelo. Esto lo hacía frente al espejo de su “biuru”, como pasó a nombrarse a la
coqueta o tocador para las mujeres. El legendario “chiforobel” ya no se usaba
en las recién construidas urbanizaciones de Caguas, casas que ya incluían en
cada cuarto amplios huecos empotrados en la pared o espacios mejor conocidos
como “closets”. Frente a ese espejo, mi mamá me decía sus conjuros del día: “Atiende
bien a la maestra. No hables en el salón. Escribe las asignaciones y escucha
bien lo que hay que hacer. Acuérdate que yo no te puedo ayudar. Yo solo estudie
hasta 5to. grado. Cómete todo lo que te sirvan en el comedor”.
Así lo hice. Mi vida la he dedicado a buscar
verdades ocultas por otros y hasta por Dios mismo.
Todavía la
ignorancia enseña ciega e injustamente. De sus aulas todavía egresan hombres y
mujeres que no premian a los más vulnerables y necesitados con una vida digna y
plena de conocimiento. Ahora estoy frente al espejo de esta poderosa afirmación
de Sor Juana Inés de la Cruz. Ante ella, renuevo mis votos de ser siempre
una alumna hambrienta por saber más, aun después de mi muerte. En mi hábito está
escrito que todavía restan muchas verdades por descubrir, cuestionar, escribir
y gritar a los siglos venideros.
© 2016 PUERTO LUNA
La ignorancia nos cuesta
nuestra vida, mente y alma.
¿Por qué nos conformamos con ella
haciéndonos daño cada día?
Será que no lo vemos físicamente.
Qué decepción.
Somos humanos, pero podemos hacerlo mejor.
La ignorancia nos separa, nos lastima y hasta mata.
No te duermas en ella o nunca te levantarás.
No seas de la misma mierda
como otra gota en el mar.
Recógete y prepárate a vivir
con sabiduría y una mente clara.
No te dejes arropar como las demás;
¡sé más!
Aprende para ti y no para el vecino
ya que es tu mente y tu cuerpo:
¡Mete mano ya!
© 2016 MENID
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