Aún
recuerdo aquel camino. Un camino silencioso y largo. Recuerdo que miraba desde
la esquina y me parecía que no tenía fin. Serpenteaba entre las palmas, los
juncos, las flores silvestres y los árboles frutales. Pasaba por el margen del
río de vez en cuando. Se perdía entre recodo y recodo, luego quedaba frente al
mar, en la desembocadura del río. Al llegar, miraba hacia atrás y pensaba “por
fin, ya estoy bajo mi querido árbol de mangó, donde puedo ahogar mis penas”.
¿Que dónde y cuándo sucedió esto? Sucedió en mi niñez, en mi querido Río Grande
de Loíza.
© 2016
ZEPHIA
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