Ya llevo mucho tiempo en este mundo y aún no
entiendo a muchas gentes. Unos se alimentan porque otros cocinan, otros se
alimentan del dolor de aquellos que llaman amigos. Su felicidad es ver cómo su
odio y su envidia y su maldad, la cual emerge de sus adentros, destruye a
todos. Un sinnúmero de víctimas son desechadas por su malvados decretos. No
puedo, no quiero tenerlos en mi vida, mas la vida permitió y permite que
existan en mí y en mi entorno. Partiendo de mi premisa ¿qué es lo que no he
aprendido para que ellos aún perduren en mi existencia? Susurran en mis oídos
sus palabras y actitudes; me niego a observar sus perversiones planificadas. No
respetan el alma y el espíritu de la esencia de la vida propia; sonríen como
suspiros que se elevan en el aire, tirando desperdicios de maldad arropando
espacios, lugares que no les pertenecen. Lugares hechos por la mano santa para
el deleite de sus amores, espacios de una vida de siglos que existe donde fue
creada, hermosuras que respiran como humanos permaneciendo quietas. Y en cada
siglo que pasa no pierden su belleza, sino que se acrecienta con el paso de los
siglos, que muchas lágrimas se han derramado por ella. Indios, blancos y
negros; grandes y chicos. Pero hay un remanente grande que tuvieron la
sabiduría y la fuerza para prevenir a los que crecen a nuestro lado para
enseñarles a amar, inculcando valores que no se compran en ningún lugar; ese
artículo tiene nombre: valores, respeto, compasión, gracias, misericordia...
Amor por la Creación.
© DIVINA SIRENA
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