Primer itinerario
Sentada en la guagua*, Silvia miraba por la ventana mientras
abrazaba a su pequeña hija. Momento a momento, su pueblo se hacía más pequeño
hasta desaparecer tras una curva. En el recorrer tan suave entre aquellas
calles, observaba personas alegres que conversaban entre sí. Era mágico ese
momento, pues nunca se había puesto a observar. Su hija le decía que viajar con
ella era especial. Es que en el ajetreo de la vida no se había dado cuenta que
compartir pequeños momentos le daba calidad. Su hija muy contenta de llegar a algún
lugar le preguntaba “¿Para dónde vamos?”. Silvia, emocionada, le decía “Para
donde nunca hemos ido jamás”. Feliz el día han pasado, pues llegaron a la casa
de su papá.
Segundo itinerario
Sentada en la guagua*, Silvia miraba
por la ventana mientras abrazaba a su pequeña hija. Momento a momento, su
pueblo se hacía más pequeño hasta desaparecer tras una curva. Silvia tenía que
viajar a diario a llevar a su pequeña Claudia a la escuela, pues se había mudado
sin que terminara el año escolar. Era madre soltera de tres niñas. Comenzaba
temprano “Mamita, a levantarse” . Dejaba a dos en la escuela donde vivía y a la
otra la llevaba al pueblo, donde ella también trabajaba. Se tenía que bajar,
dejar a Claudia y luego caminar 12 cuadras para llegar a su trabajo. Siempre la
despedida era: “¡Mamá las ama! No se muevan de la puerta hasta que mamita no
llegue, gracias”. Todo eso fue mientras fueron niñas. Ya de adolescentes, los
viernes la llamaban por teléfono: “Má, no vengas a buscarnos pues nos vamos con
Papi. Nos vemos el lunes”. Cuando eso pasa es que vemos cómo pasa el tiempo. Yo
espero que ellas no vivan ese mismo afán. Pues viven en el extranjero, donde la
vida es mas fácil en algunas cosas…
Tercer itinerario
Sentada en la guagua, Silvia miraba por la ventana mientras
abrazaba a su pequeña hija. Momento a momento, su pueblo se hacía más pequeño
hasta desaparecer tras una curva. Parecía que era imposible pensar todo lo que
quedaba atrás: días vividos, recuerdos alegres, recuerdos tristes. En ese
pueblo había nacido ella y había nacido su hija Linda. Y ahí había muerto el
amor de su vida, Jorge. Cuántos años de felicidad y luego, aquel fatal día que
se derrumbó la mina. Ahora sólo estaba ella, su hija Linda y los sueños rotos.
Mientras seguía el camino le venían a la mente las bellas praderas de su pueblo
y las pequeñas estructuras. Silvia se preguntaba cómo sería ese nuevo destino. ¿Encontraría
trabajo? ¿Volvería a tener una casa como la que había dejado atrás? ¿Algún día
volvería a ver a sus padres? Eran tantas preguntas, que Silvia no encontraba
respuesta para ninguna de ellas. El autobús hizo una parada y se bajó a tomar
algo fresco para mitigar el calor. Cuando Linda vio un pajarito y le dijo “Mamá,
yo lo quiero”. Silvia lo compró y ella lo agradeció. El pajarito era amarillo
como el sol. Continuaron su camino y al pasar muchas curvas llegaron a la
autopista. Vieron caminos largos, muchos carros y camiones. Silvia sentía latir
su corazón mas rápido; ya se acercaba más y más a esa nueva vida que le esperaba.
Llegaron a la parada del autobús, en donde estaba su prima Esperanza. Silvia, Linda
y Esperanza se abrazaron fuertemente. Al subirse al auto comenzaron a ver
estatuas, edificios altos de muchos pisos. Linda se quedó sorprendida y Silvia
le dijo “¿Te gusta?”. A lo que Linda le contestó “No, porque no hay caballos ni
vacas”. Se quedó callada. Luego Silvia dijo “Es un nuevo comienzo, una nueva
vida”. Pasaron los años y Silvia consiguió trabajo. Ya tenía una casa y era
feliz junto a su hija Linda. La vida le había devuelto parte de lo que le había
robado y de nuevo era feliz y dichosa.
*guagua: en las Antillas Mayores, autobús
©2014 SABIDURÍA EN LETRAS
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