Humildad. El maltrato más grande en mi
niñez lo recibí de la persona que hoy más amo. Ya adulta, agradecida, he sabido
arrodillarme a decirle “Perdóname por favor, siempre te he querido mucho”.
Reconocí que ella había sido más abusada que yo. Viuda, pobre y con nueve
hijos. Todas sus hermanas parían y decían “Se los dejamos a la viuda; ella no
trabaja”. Esa tía donde abrí los ojitos, aprendí a dar pasitos, se me cayó el
primer diente. Tenía 14 niños que no eran su responsabilidad. Lo peor de todo
era que esas mujeres parían todos los años y no le pagaban nada. Ahí empezó mi
odio a las embarazadas. Ni alimento, ni cama, ni ropa. Nos faltó lo que yo
consideraba más importante: ir a la escuela. Éramos 25 niños hocicando como
animales para sobrevivir. Apedreados, mutilados, ya que uno de ellos quedó mudo
por un dedo que le entró hasta la garganta para sacarle algo que se comió
robado, según ella. El niño jamás habló. La Viuda, como la llamaban en el
pueblo, amarraba con cadena a dos varones pequeñitos y les ponía candado, con
la llave al lado. Cuando iban creciendo, ellos no permitían que nadie los
soltara, sólo ella. Ellos sabían que si alguien los soltaba el castigo era
peor. Yo en mi mente siempre amplia pensaba: “Esta señora un día va a matarnos
a unos cuantos de nosotros” —aunque muertos estábamos ya. El maltrato era
demasiado fuerte; cocinaba a las cuatro de la mañana y nos daba la comida a las
diez de la noche, después de un día duro de trabajo. Nunca conocimos la carne,
el arroz, la ensalada y menos la leche. Yo tenía mucho miedo, pues a pesar de
ser una niñita bien trabajadorcita, hacía todo lo que me mandaba. Mi miedo más
grande era que me matara a mi hermanito. Mamá nos había dejado allí a nuestra
suerte. Nunca vimos a nuestros padres pero siempre daba gracias a Dios por
todos. Pasaron 40 años. Yo me encontraba en una oficina en Miami, pues a pesar
de tanto maltrato había logrado salir a flote. Allí vi un periódico con una
noticia horrenda: Anciana de 78 mata de una pedrada a recién nacido. ¡Era mi
tía! Rápido oré pidiendo a Dios misericordia por ella, pero más rápido llamé:
“Necesito un buen abogado, quiero pagar una fianza. No quiero que esa señora
sea más abusada de lo que ha sido por nosotros los niños. ¿Por qué? Hay veces
que los hijos pagamos la cuenta de nuestros padres. Hoy Omi (tía mamá) tiene
101 años. Yo viajé desde lejos para decirle: “Gracias mi viejita, siempre te he
querido mucho”.
©2014 SABIDURÍA EN LETRAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario