Caminé, caminé y caminé sin
parar hasta llegar a la orilla del precipicio. Estaba exhausta, sudorosa,
temblaban mis manos y mis rodillas. Traté de calmarme respirando profundamente.
Me senté en la orilla sin la preocupación de que se desprendiera por mi peso.
Me quité la mochila. Solté
el nudo del pañuelo en mi cuello. Clavé mis manos en la tierra seca y me
incliné hacia atrás. Me incliné hacia el frente y comencé a gritar, gritar y
gritar. Vomité todo el dolor contenido en mi pecho. Lloré, volví a gritar.
Sollocé y volví a gritar. Me calmé. Respiré y me eché hacia atrás y me quedé
dormida. Ahora era una piedra más en la quietud soñadora de la orilla.
©2015 PUERTO LUNA
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