El sol quemaba y ella, en medio de la brisa, se
acercaba a la playa. Hacía tiempo que no sentía el olor salitroso de la costa.
El mar resplandecía con el candente sol. Se oían las gaviotas a lo lejos y, en
el horizonte, se veían los pelícanos atrapando sus peces con acrobacias.
Ella respiró profundo. Lo hizo varias veces
como queriéndose llevar solo para sí, oculta en su pecho, esa brisa que siempre
la acarició. Se despojó de las sandalias y dejó que la mar acariciara sus pies.
Sintió un bautismo de sensaciones infantiles, lujuriosas y refrescantes.
Era ella ante la vida. Su vida inmensa como el
océano. Libre como el viento. Consistente como el sol. A lo lejos, escuchó su
nombre. Llegó el momento. Se inclinó y calzó nuevamente sus sandalias. En ellas
llevaba incrustadas la arena de su orilla amada. Sonreía. Ante la fuerza de la
brisa que ahora la empujaba, la sostenía la certeza de que volvería. No sabía
cuándo; pero lo haría con el corazón palpitante.
© 2016 PUERTO LUNA
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