Quiero hacer honor a las mujeres más
odiadas del mundo. Para mí, eran buenas.
Quiero en este mes de marzo honrar a tres
mujeres que fueron especiales en mi vida. Tres pilares en mi niñez; ellas sí me
creían cuando yo les decía algo. A pesar de muertas, siguen vivas en mi mente y
corazón. Ellas siempre me decían “tú eres una niña buena”. Esas palabras me
daban seguridad.
Fue pasando el tiempo y me decían “tú
eres buena”. Llegué a la madurez y no sólo la gente de mi pueblo, sino todo el
que me conocía decía “ella es buena”. “Cuando la hija de fulana venga, voy a
pedirle ayuda. Ella es buena, sé que me ayudará”. Vecinos, amigos, jóvenes,
viejitos y niños seguían diciendo lo mismo.
Esas mujeres sembraron en mí un sentido
de humanidad y un espíritu de caridad. Ellas no sólo hicieron un huequito en
sus casas para mí, su niña buena; ellas abrieron sus corazones grandes como el
cielo y me clavaron en ellos, como yo las clavé en el mío. ¿Y los hijos y
familiares de esas mujeres, dónde están? Clavados en mi corazón; ¡a todos los
siento míos, míos!
¿Pero quiénes son esas mujeres? Las
madrastras. Mis madrastras. Anhelo volver a verlas para que me den ese abrazo
fortalecedor y vean que su niña es una mujer buena. Honor a quien honor merece.
Hasta después de muertas me han
protegido. Un 29 de octubre de 1996 el oficial de emigración me dijo: “Señora,
venga el 2 de noviembre a buscar una visa por 10 años. Es un regalo de alguien
para usted”. “Gracias”, le contesté. ¿Quiénes podían entrelazar esos tres
corazones ante Dios? Mis madrastras, el 2 de noviembre, Día de los Muertos.
©2014 SABIDURÍA EN LETRAS
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